Beowulf (versión en prosa) by Anónimo

Beowulf (versión en prosa) by Anónimo

autor:Anónimo [Anónimo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 0999-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo III

De Beowulf y la Batalla Final

Habían pasado cincuenta inviernos y cierto hombre que no era bien visto en la corte, y que se esforzaba por hacerse agradable a su señor, le ofreció un día una copa de oro adornada con piedras maravillosas. Interrogado severamente acerca de la procedencia de la copa, acabó por confesar el robo: la había sustraído de una cueva, en el bosque, mientras el guardián dormía. El guardián era un enorme dragón. Los guerreros que lo vieron instaban a su señor a que se apoderase de todo el tesoro. Pero a Beowulf no le importaban las riquezas, le repugnaba el robo, y castigó al ladrón.

Entre tanto, la bestia había notado que el oro desaparecía y husmeando, husmeando, advirtió que un extraño había entrado en la cueva mientras él dormía.

El dragón, enfurecido, sintió que su pecho se enardecía y, lanzándose a través de los campos y pueblos, esparció el terror y la muerte por doquier, sembrando de desolación todos aquellos lugares por los que pasaba. Un gran clamor de lamentos se alzaba, una tremenda desgracia había caído sobre la tierra de los godos. Los súbditos acudían en tropel a quejarse a Beowulf y a rogarle que los librase del monstruo. Los guerreros temblaban y Beowulf habló en los siguientes términos:

—Ha llegado el momento de ir a la cueva a buscar al dragón; yo lucharé contra el guardián del tesoro.

Con doce hombres y con el ladrón como guía, se dirigió al lugar.

Cuando hubieron llegado cerca, se sentó un momento el anciano héroe junto a la roca, con el ánimo entristecido. No era el miedo lo que abatía al vencedor de Grendel y de la madre de éste, sino un lúgubre presentimiento que lo sobrecogía, advirtiéndole que la muerte estaba cercana y le murmuraba:

—Despídete de tus fieles.

Así lo hizo.

Poco después se levantó para dirigirse con paso rápido al muro de piedra en el que se abría la cueva. De las profundidades de la caverna salió una nube de fuego. Todo el monte pareció incendiarse. Beowulf sintió ardientes quemaduras, su pelo se chamuscó debajo del yelmo. Quedó cegado por las llamas, pero Beowulf no se arredró por ello, sino que llamó con voz fuerte al enemigo, incitándolo a combatir. El dragón oyó la llamada y, envuelto en una nube de fuego, resoplando, salió de las profundidades de su guarida para golpear con sus gigantescos miembros anillados el escudo del héroe, el cual resistió a pie firme el ataque con el hacha en alto, preparado para herir, lanzando un golpe que el monstruo pudo esquivar, retrocediendo.

Beowulf atacó de nuevo y el gigante echó llamas por la boca arrojándolas contra el escudo, hasta que se puso al rojo y se fundió e incluso la misma coraza del héroe enrojeció, hasta quemarle la piel.

Pero el soberano de los godos todavía pudo lanzar un golpe con el hacha que se escurrió por encima de la pata escamosa del dragón, hiriéndole sólo levemente; esto, obviamente, irritó la furia de la bestia. Las llamas brotaron caudalosamente de sus fauces, chisporroteando las centellas, mientras su aliento emponzoñado hervía.



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